Chocontá, Marzo 27 de 2024.

La semana pasada falleció Eduardo Escobar, el penúltimo nadaista vivo y activo. El estertor le llegó con la última calada de cigarrillo -esos que tanto le gustaban- y que le pasaron factura a sus ochenta años. Aunque muchos me escribieron e insistieron en escribir algo del tema, no tomé demasiada atención al caso, como ha debido ser. Entendería mi proceder el poeta Escobar, que de primera mano sabía que para vivir de la escritura, siempre se debía acudir a otros dignos oficios o «recurrir a un milagro» como decía el poeta Gonzalo Arango. Sin embargo, y haciendo un espacio entre mis labores académicas, laborales y maritales (estas últimas tomadas con absoluta seriedad por aquello del deleite que genera un fresco y nuevo amor), quiero hablar del poeta desde lo poco que conocí de él. Porque acá donde me leen, tanto él como Jotamario Arbeláez, fueron mis primeros vecinos de columna en el distinguido EL TIEMPO: nadaístas e importaculistas en la página de los martes o miércoles.  (Esto último no sé si pueda tomarse como acierto por parte del periódico.) Y porque tanto el uno como el otro fueron maestros míos en el oficio de la escritura. Eduardo Escobar, desde mi punto de vista, fue más cercano a la poesía de lo que lo he sido yo y por eso mi respeto hacia él, crecía entre cada lectura: fue una persona entregada en cuerpo y alma a su labor poética -o escritural- siendo el columnista que mejor escribía en el periódico, y fue un laureado poeta con más de quince libros y antologías poéticas publicadas y reconocidas. Denotaba, pues, que su ardua tarea de culturización y educación en pro del oficio no era en vano: una búsqueda interminable de la buena escritura, una búsqueda interminable por la estética y la profundidad. Y -como bien decía él mismo en su poeta-: «lo importante es buscar». El poeta era un columinsta culto, quien manejaba con envidiable destreza la labor de tejer las palabras correctas, procurando un mundo más agradable y amable, siempre desde su columna de los martes. Un mundo donde era él y sus lectores, que no éramos pocos. Sólo mencionaré que su basta obra literaria anda perdida entre la memoria de algunos y los librovejeros que, entre sus muebles llenos de reliquias, guardan uno que otro ejemplar del maestro: es una verdadera lástima que nadie se ponga a la tarea de recopilar la obra de los grandes estandartes de la literatura nacional. La muerte del poeta me sitúa en la necesidad de hacer un llamado a todos mis lectores escritores y afines, a seguir su legado al pie de la letra. Su legado poético y periodístico. Lamento en demasía la desapareción física del maestro, ya que siempre lo consideré un bastión de la sociedad moderna y un -pro- hombre de letras. Me queda la tarea, entrada la semana de pascua, de leerle a mis estudiantes los poemas de Escobar; ellos en quienes deposito día a día, la esperanza de un futuro mejor. «Y en ti solo, en ti solo, en ti solo» como citaba nuestro poeta en su última columna de la vida terrenal. 

Fotografía de Carlos Duque.

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